¡Cómo nos cambió la vida!


¡Cómo nos cambió la vida! 

    
    Seguramente has escuchado esta frase en varias ocasiones ¡Cómo nos cambió la vida! al menos yo la digo una que otra vez, me la repiten cada vez que me consigo a un venezolano en el supermercado o en otro lugar, y en ese encuentro, luego de identificarnos de donde somos e intercambiar unas palabras, de inmediato aparece ¡Cómo nos cambió la vida!

    Claro, ¿cómo no decirla? si de verdad nos cambió todo. Cada día son más las personas que lejos de su patria narran su historia, y yo aquí les cuento la mía. Dejando de lado, al menos en este escrito, la parte profesional que obviamente cambió, hoy les cuento la otra parte que no solo me involucra a mi sino también a mi familia.

    Resulta que todos los diciembres, gracias a una tía, hacíamos en nuestros hogares la corona de adviento, todavía la hacen, pero con menos integrantes de la familia. La palabra ADVIENTO es de origen latín y quiere decir VENIDA. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad. Es una costumbre que adquirimos y nos reuníamos en familia para agradecer y hacer nuestras peticiones, cantar y compartir algún plato de comida que se prepara. Siempre que le correspondía a mi papá, empezaba sus palabras con la misma frase: “Aquí estamos otra vez los mismo del otro año”. No creo que este año la haya dicho, la verdad es que ya no estamos todos. También pedía ver niños correr por toda esa mesa y por la casa, anhelaba tanto tener nietos, y sí, ya tiene tres varones y una princesa que viene en camino y ahorita es del tamaño de un tomate manzano, pero esos nietos están separados unos en Venezuela, otro en Estados Unidos y la princesa en Medellín. Tampoco estarán en la mesa en la Corona de Adviento.

    Se fijan, todo cambió, Dios le regalo a mis padres los nietos que tanto querían, pero ahora no están en la misma casa ni están juntos para gritar y correr por todos lados. Esto sin decirles lo que duele no poder darles a mis sobrinos un abrazo, ya haberlos conocido por una pantalla a través de una video llamada o foto es demasiado.

    La Navidad es una de las épocas en donde esta malvada distancia pega más. Y duele porque los recuerdos pasan factura, porque te das cuenta de que el reencuentro que tanto sueñas cada vez se hace más largo para ver a ese familiar que también emigró, porque te hacen falta las locuras de esa tía que está en Uruguay y que las video llamadas no pueden revivir tanto porque la conexión falla a cada rato.

    Vivimos momentos únicos en los que debemos dejar de lamentarnos y actuar, en los que la tristeza y distancia te hacen fuerte porque debes producir para cumplir con todos tus gastos y también enviarle algo a tu gente. Esto último es una realidad señores, muchos de los que viven en mi país aún sobreviven gracias a lo que sus hijos, nietos, hermanos u otro pariente les envían. Y no es fácil, es fuerte, muchos creen que como se gana en dólares ya lo tenemos todo, que como vamos de paseo y ven la parte bonita que subimos en las redes ya estamos de maravilla. Pero saben algo, que cualquier sacrificio se queda pequeño con tal de ayudar a nuestra familia.

    A muchos todo les cambió para bien, pero para otros ha sido una odisea emigrar y terminan más complicados de lo que estaban, hasta se regresan con el rabo entre las piernas. Unos se resisten tanto que desde que se levantan hasta que se acuestan sólo hablan de lo que eran y hacían en Venezuela, eso no es que este mal, pero debes entender, aceptar y agradecer tu presente y dar gracias al lugar que te abrió las puertas para continuar y crecer.  Que extrañas todo, sí claro, a mí me han preguntado ¿Qué es lo que más extrañas de tu tierra? Y siempre la respuesta ha sido mi familia, mis amigas, porque en cuanto al tema comida, aquí hay de todo en sabores diferentes nunca como el nuestro, pero al menos puedo escoger lo que desee entre miles de opciones. No les niego que el queso llanero lo extraño, aquí consigo una versión, pero la verdad parece de plástico y con lo que mi esposo gana en una hora de su trabajo puedo comprar más de un kilo, cosa que en Venezuela no se puede. Me la paso comparando hasta que me digo ya pues, todo es distinto. Pero esto es lo que Dios me puso en el camino y lo acepto.

    Venezuela es lo primero, y eso no lo cambiará en mi corazón nadie, por eso deseo que cuando la vuelva a ver sea en libertad y sin el desastre de gente que la tiene arruinada, descuidada de norte a sur y de este a oeste, no hay centímetro de tierra que escape del desastre. Pedirte que resistas es mucho, más bien has sido fuerte para soportar tanto golpe, empezando por el abandono de tantos hijos que hoy regados por el mundo hablan de ti con orgullo. 

  Señores me despido, y “Por si acaso yo no vuelvo, me despido a la llanera. Despedirme no quisiera, pero no encuentro manera”. Tranquilos que volveré porque este medio me encanta para compartir mi experiencia y espero les sirva de algo.

   Recuerda actuar con responsabilidad y buena fe, no pretendas dártelo de listo en un territorio que apenas conoces Recuerda que tú eres Venezuela donde quiera que estés, déjanos siempre en alto. Hasta mi próxima vivencia.

  






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